domingo, 13 de diciembre de 2009

El valor de intentar algo nuevo

Cada vez que oigo hablar de Van Gogh, escucho la misma respuesta: el pintor sin oreja.
¿Pero merece este hecho tanta relevancia como para ser recordado como el acontecimiento única y exclusivamente predominante de aquel pintor minúsculamente mutilado?
Un hecho banal y simple que no requiere ni el más mínimo de atención.
De hecho, apenada me atrevería a juzgar que es lo único que alcanzarían a mencionar de tan gran e incuestionable artista.
¿Por qué nadie recuerda su don de intachable calidad? ¿Por qué nadie recuerda su honorable carácter autodidacta? ¿Por qué nadie recuerda la grandiosidad de “la noche estrellada” o la simpleza de “campo con cipreses”?
…Ondulantes y coloridos movimientos, serpenteantes y sinuosos trazos… consiguieron secuestrarme bajo los cálidos brazos de sus obras y transportarme a un acogedor mundo de evasión, calma y sosiego.
Sin ningún lugar a dudas, es admirable como con la ayuda de un rudimentario pincel lleva a cabo la tarea más difícil de todo artista: reunir y plasmar sus sentimientos más puros en un simple e impoluto lienzo.
Deficiente estudiante y artista indiferentemente posicionado, se refugió en la bohemia y artística Francia donde compartió ideales pictóricos con Gauguin o Cézanne.
Angustia, desatendida incomprensión y extrema ansiedad fustigarían su herida y ya débil mente hasta tal punto que con la última bala persistente en la recámara de su arma decidiera acabar su vida, y con ella, su sufrimiento.
Esfuerzo tardíamente recompensado a su incomprendido atrevimiento de época pero no considerado en vano, porque como mencionaría el maestro holandés: ¿Qué sería de la vida, si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo?

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