domingo, 27 de noviembre de 2011

Añoro la magia de esas cuatro paredes. Donde las almohadas vuelan. Donde existe una constelación propia que, cada noche, al admirar, transforma el miedo en serenidad.

Una habitación de delirio. Donde el café no amarga. Donde la composición del aire es la carcajada. Donde encontramos oro en una caja de cereales. Donde los bolígrafos se deslizan, invisibles, sobre la piel.

Una habitación con particular melodía. Donde la tristeza sucumbe proscrita en el olvido. Donde el tiempo se paraliza. No existe.

Una habitación de despreocupación. Una habitación de seguridad. Una habitación de felicidad.

Y ahora estoy aquí. Recostada en el vacío de una hoja de papel. Y por más que me esfuerzo, no veo estrellas. Ni los bolígrafos levitan, ni las almohadas planean. Reafirmo entonces mi conclusión. Quizá la habitación no sea lo importante. Tal vez solo sea un espejismo.

Quizá la magia resida en mí. En ti. En nuestro recuerdo. Y en lo que nos depare la fortuna.

G.

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