martes, 8 de mayo de 2012


         La intranquilidad se exhibe, altanera, entre mis sábanas. Recupero el aliento para rescatar el motivo de mi desvelo. Me alarma el riesgo que supone que hayas asimilado mi ausencia. Que hayas asumido la distancia y te hayas acostumbrado a ella. Me paraliza. Me asfixia. Suspende esa primigenia confianza y la arrincona en la nulidad. Hace tambalear cualquier anhelo de regreso.
Me aterra pensar que has aprendido a vivir sin mí. Me enloquece. Me angustia. Porque eso implicaría que, a pesar de lo que yo me resignaba a asegurar, he sido prescindible desde el principio.

G. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario