Especular sobre la dificultad.
Sobre la certeza del no. Sobre miradas vacías y brazos desiertos. Sobre el inconveniente de
una lejanía anunciada. Sobre sus abrumadoras secuelas. Y sobre la tediosa frecuencia
con la que me importuna.
Teorizar sobre la valía de la
recompensa de la voluntad. Sobre la
remuneración de transferir esas irrefrenables ganas por un puñado de exigentes
obligaciones. Quizá sea fruto de una fingida sensatez. O de una delgada
prudencia. Aún así, dudo de la justicia de la entrega.
Y es entonces cuando me abandono al
acogedor azul de las estrellas, al abrigo de unos sedientos ojos que, empañados
por la ausencia, conjeturan con los párpados aquel sueño en el que siempre
acabas mis frases.
G.
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