domingo, 25 de septiembre de 2011

UNA DE CINE POR FAVOR: El árbol de la vida.

“Hay dos caminos a seguir. El de la naturaleza o el de lo divino. Nadie que amara el camino de lo divino acabaría mal”

Ars gratia Artis. Arte por el arte. Así se podría definir la línea de un hasta ahora particular e íntimo director. Evolución, humanidad, existencia. Palabras que acordonan un florido fruto. Cine bucólico, placentero para los sentidos. Todo un espectáculo visual. Apoteosis proyectada.

Absorto queda el espectador ante tal preponderancia de la imagen. Un espectador que busca encontrar un cierto convencionalismo, y que para su desconcierto, queda desligado de cualquier tópico.

En la rural y devota Norteamérica, de barrios idílicos, casas encauzadas y pantalones tobilleros, de fingidos feligreses e hipócritas sonrisas, regenta un padre obstinado e intransigente el árbol de su vida, bajo una raíz que no debe torcerse. “No permitas que alguien te diga que no puedes hacer algo. La vida debes vivirla”

Tras una apariencia de asiduo parroquiano y adalid de férreas creencias se esconde un hombre temeroso de encontrar su propia felicidad.

Sin embargo, un resolutivo y dual planteamiento que puede desgranarse de esta conclusión es el siguiente: ¿desinteresada hermosura cinematográfica o divina ansiedad por conseguir un cada vez más necesario renombre? En estos tiempos de idoneidad para un espectador cada vez más exigente, que no por ello, más apto, se mantendrá siempre esta expectativa escudada en una engalanada omnipotencia.

G.

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