Hogar. La máxima expresión del bucolismo presentada en forma
de sofás mullidos y enormes tazas de café caliente. Un olor particular que embriaga
la retina. Un repelente contra cualquier osadía que altere tu descanso.
Sea como sea, un punto al que siempre serás bienvenido. Por
eso, perpetuamente estás deseando volver. Y sabes distinguirlo por su
perpetuidad. Porque por mucho tiempo que pase, permanece inalterable, perenne.
Mantiene la presencia que inmortalizaste aquel día.
Un equilibrio entre el idilio más desenfrenado y la cordura
más robusta. Es aquí donde la materialidad alcanza el más absurdo nivel de
banalidad. Y tanto los esponjosos asientos como esos humeantes recipientes pasan
totalmente inadvertidos. Porque llegados a este punto, no interesan lo más
mínimo. Sólo importas tú.
Tú, que lees estas líneas, eres mi hogar.
G.
Tu hogar está con quien quieras estar. Ahí está. Tal vez muchos. Pero ¿ninguno? lo dudo.
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